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El Crisantemo Y La Espada

El Crisantemo y la Espada

(Photos by A. Bofill)

By JAIME BERMÚDEZ ESCAMILLA    ENE. 12, 2019

Vuelve al Gran Teatro del Liceo un auténtico blockbuster operístico: Madama Butterfly, de Giacomo Puccini. A sus espaldas la nada desdeñable cantidad de 178 representaciones en el Liceo. Quién le iba a decir a Puccini que su obra sería una gran favorita del público tras el estrepitoso estreno en Milán, que derivó en varias revisiones de la partitura.

En 1900 el compositor de Lucca andaba a la búsqueda de la gran historia que inspiraría su siguiente ópera cuando en un viaje a Londres para supervisar la representación de su Tosca fue la historia quien lo encontró a él, bajo la forma de la obra del dramaturgo David Belasco, Madam Butterfly.

Puccini confió la redacción del libreto a sus colaboradores habituales Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, con quienes ya había trabajado en La Bohème y Tosca. La tragedia narra la historia de Cio-Cio San, una rashamen (o geisha) ofrecida en matrimonio al teniente estadounidense B.F. Pinkerton, el causante de su caída en desgracia. Abandonada y despojada de su hijo, la única forma que Cio-Cio San tendrá de recuperar el honor perdido es cometiendo el seppuku, como ya hizo su padre antes que ella. En Butterfly casi podemos leer un trasunto del Japón de finales del siglo, preso de una admiración devota por la cultura occidental que le llevaría a volver la espalda a su propia tradición. Por su parte el personaje de Pinkerton parece tocarnos cada vez más de cerca. Su comportamiento es muestra de una moral de ojos vendados por la ignorancia y el desprecio del otro, de la vanidad y de una despreocupada búsqueda del placer. Así pues, es la obra muestra del verismo italiano, de personajes y dramas cotidianos, reflejo de un choque cultural que bien puede trascender tiempo y espacio.

El público del Teatro del Liceo asistió conmovido a cómo Lianna Haroutounian iba desplegando el complejo abanico de las emociones que recorren al personaje. Acertadamente contenida primero, nos transmite durante el primer acto el candor de la inocente quinceañera Cio-Cio San. En este momento la dulzura de la niña Butterfly de Haroutounian encandila y atrapa al público, que ya no podrá escapar a su influjo. Con ella se ilusionarán cuando en el segundo acto la cálida voz de la soprano spinto se desate para cautivarlos con su tristemente esperanzada “aria del aplauso”: Un bel di vedremo, y con ella llorarán cuando se despida de su hijo ante la muerte certera: “amor mío, flor de lirio y de rosa”.

Sobre el tenor canario Jorge de León recae la papeleta de representar al canalla prepotente y supremacista de Benjamin Franklin Pinkerton, y lo hace ajustándose perfectamente a su papel para dotar al personaje de toda la veracidad que es capaz de portar. La fuerza y el squillo de los que hace gala el tenor le permiten por lo general salir airoso de la difícil tarea de proyectar la voz sobre una orquesta tan enérgica como la de esta opera, cosa que no siempre ocurre con este elenco. La mezzo Ana Ibarra nos presenta con mucho gusto a una sobria y afligida Suzuki que nos brinda un exquisito dueto de las flores, donde su voz y la de la soprano armenia se funden en un color precioso. El Sharpless de Damián del Castillo es elegante, sereno y cándido, con voz de colores gentiles.

La dirección briosa y entregada de Giampaolo Bisanti conduce a una expresiva y muy acertada orquesta que tiene aquí una voz equiparable en elocuencia a las de los propios personajes. Puccini hace en esta obra un uso brillante de los motivos y los timbres de la orquesta, que se transforma para acompañar la narración a cada paso, actuando como guía emocional del espectador. Buen ejemplo de ello es el uso del himno estadounidense, usado aquí como motivo que identifica a Pinkerton: ahora expresión de grandeza, ahora motivo de compasión o de repulsa. La partitura está astutamente trufada del uso de la escala pentatónica y de motivos procedentes de la tradición japonesa, que cumplen la doble función de contextualizar la acción en el país del sol naciente y de señalar de manera ominosa los aspectos de la tradición familiar y cultural que arrojan sobre Butterfly el determinista destino del que no podrá escapar (como podemos apreciar en el motivo de la espada). El coro del Liceo, a las órdenes de Conxita García, nos deleita con la frágil belleza del Coro a bocca chiusa, un momento íntimo que Puccini supo dotar de una apaciguadora quietud, buscando hacer justicia a aquel mismo mágico momento de vigilia que había presenciado en la obra de Belasco y que, dicen, inspiró la idea de esta ópera.

La ya establecida escenografía de Moshe Leiser y Patrice Caurier llega por tercera vez al Liceo, una propuesta que busca respetar la importancia de la protagonista hasta el extremo, tan sencilla y minimalista que ni estorba ni arropa a la soprano. Cuenta con momentos memorables, como el trágico pero bello final con la caída de la flor del cerezo, y con alguno que lo es menos, como la bíblica llegada del bonzo, quizá cargada con un punto de dramatismo que roza el efecto cómico.

Madama Butterfly, que ocupará el escenario del Liceo hasta el 29 de enero, es una calurosa y tentadora invitación a la ópera extendida tanto a iniciados como a neófitos. Las afamadas melodías de la partitura de Puccini se contagian a la primera escucha, y acompañar a Haroutounian a lo largo de su emotivo viaje resulta delicioso. Aquellos aficionados al séptimo arte podrán encontrar aquí además el germen de lo que después nos darían los mejores maestros del medio. Poco más se podría argumentar ya a favor de una obra, en definitiva, imprescindible en el bagaje del espectador operístico.

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